lunes, 19 de agosto de 2013

DERROCAR AL PEÓN CORONADO

No es nuevo ni sorprendente que diga que los sistemas de entrada, baremación y colocación en la función pública no están bien diseñados. Por otro lado, que algo esté sólo regularmente diseñado no implica que haya que quemarlo. Simplemente, a veces no se aplica el más mínimo sentido común a las cosas, y así nos va.
Recuerdo, cuando era estudiante, dos situaciones que me ponían de especial mala leche, ambas relacionadas con becas. 
La primera era sobre los créditos. En todas las carreras no técnicas había que aprobar un 80% de los créditos (mínimo) para optar a ellas. Yo veía cómo algunos conocidos recibían sus becas sin apenas despeinarse, haciendo cuatro trabajitos porque sus carreras eran facilitas mientras que yo me tenía que matar a cálculos previos y descuernes posteriores para limar ese porcentaje. Me parecía increíble que no se atendiera a la dificultad de la carrera.
La segunda era por los tramos económicos. Un año, mi madre trabajó unos meses y al ajustar cuentas para solicitar beca me encontré con la sorpresa de que en casa habíamos declarado X + 150 pesetas, donde X representaba el límite máximo para acceder a la beca. ¡Nos pasamos 150 pesetas! Por ganar honestamente 150 pesetas de más perdí una beca de 300.000 pelas. Me tiré de los pelos y me pregunté por qué no lo harían de forma escalonada. Era absurdo... casi tanto como decir que un alumno con un 4.9 merece repetir curso mientras que uno con un 5.1 tiene que pasar. ¿Acaso hay diferencia en cuanto a conocimientos de uno y otro?
Ahora observo las listas de interinos para ocupar plazas en colegios e institutos y no puedo dejar de mirar a la parte alta, siempre repleta de peones que han llegado a reina, profesores con más de 20 años trabajando, que han pasado por una decena de oposiciones y que, muchos de ellos, prefieren no aprobarlas o no tienen ni han tenido nunca la capacidad de hacerlo. Se sienten cómodos en su sitio porque, aunque no son definitivos ni fijos, son los primeros en elegir destino interino, y normalmente suelen caer muy cerca de sus casas, tan cerca que casi siempre están en su primera opción elegida mientras que muchos funcionarios de carrera malviven dando tumbos de destino en destino, alejados de sus familias e incapaces de ver la luz al final de un largo túnel.
Disponen, como ya he dicho, de unos privilegios que muchos de sus homólogos funcionarios no tienen. Unos privilegios que podrían ser eliminados si la Administración fuese lo suficientemente previsora en sus cálculos primero, y suficientemente ágil en las adjudicaciones después. Bastaría con sacar a tiempo todos los puestos de trabajo y permitir que funcionarios con destino puedan elegir provisionalmente esos puestos. De esta manera no habría funcionarios de Jaén que trabajan en Cádiz mientras que interinos de Jaén pescan plazas en el mismo Jaén.
También son privilegiados respecto a sus propios compañeros interinos. Oposición tras oposición, muchos se parten los cuernos para intentar aprobar mientras que ellos se rascan la barriga, sabedores de que una vez dentro de la lista de interinos, sólo computa el tiempo de servicio. Son intocables. Nadie los puede adelantar. 
En este punto, propondría un sistema de penalización/incentivo que hiciera que la nota de cada oposición repercutiera en cierto modo en el cómputo global. Algo así (dicho en bruto) como que cada año de tiempo de servicio valga 1 punto, y cada punto en una oposición valga 0'05 puntos. De esta manera los buenos opositores que se quedan sin plaza tendrían el aliciente de competir por una buena nota que podría suponerles ir escalando sensiblemente en la lista, mientras que los malos opositores verían cómo poco a poco sus tronos dorados peligran. Un mal año, o una mala oposición apenas tendría efecto, y caso de tenerlo podría ser compensable en futuras ediciones.
Los problemas no son difíciles de resolver. Lo realmente complicado es ponerse en disposición de resolverlos.
Y no hay disposición.

lunes, 12 de agosto de 2013

MIRAR AL OMBLIGO AJENO

Como diría la madre de mi querídismo León González, tirando de refranero inventado, está feo criticar el ombligo ajeno cuando el nuestro está lleno de pelusas. 
Sigue siendo este un país cargado de prejuicios y falto de perspectiva analítica. Por mucho que valgas, por mucho que te esfuerces y logres, si vas por ahí con la barba descuidada, la camiseta arrugada y pantalón corto, eres menos que aquel cuyo mayor logro es levantarse media hora antes, planchar su camisa e ir a trabajar como un pincel. Vende el físico. Nos la meten por el físico. 
Me comentaba una compañera hace unos meses que un profesor no debía ir a clase en pantalón corto. Automáticamente yo (milagrosamente la alusión no iba contra mí, yo que voy siempre con camisetas negras de calaveras y zombis) le pregunté por qué y me dijo que no estaba bien, que había que dar ejemplo. Insistí preguntando qué entendía ella por dar ejemplo, y me replicó que ir vestido como Dios (su Dios) mandaba. Aquí entré a saco y critiqué su postura, aportando que un profesor, siempre que fuese limpito y en condiciones, no tenía por qué dar ejemplo en el vestir sino en un sinfín de otras muchas cosas mucho más importantes: ortografía, dicción, maneras, educación, capacidad de trabajo.
Y aquí lo sorprendente. En la conversación intervinieron otros y todos defendían la postura del bien vestir como imprescindible y fundamental. Vamos, que aquello se convirtió en una merienda de negros con un único blanco.
Yo, que no soy muy de dar mi brazo a torcer aunque me encuentre en minoría, seguí argumentando y poniendo ejemplos que ellos intentaban contrarrestar con otros ejemplos, y he aquí cuando me dijeron:
 -Si tú vas a una entrevista de trabajo, ¿te vistes bien o te pones cualquier cosa?
 -Por supuesto, me visto bien, no soy imbécil -respondo-. Pero es un mal ejemplo puesto que no sé qué me voy a encontrar y posiblemente encuentre gente que va a prejuzgar, con lo cual, como quiero el trabajo, me adaptaré a ciertas convenciones.
 -¿Y si eres tribunal de oposiciones y llega una muchacha de estas con rastas y mal vestida? ¿La mirarías igual que a otra que vaya bien?
Aquí toco fondo y se me hincha la vena.
 -Por supuesto -digo, empezando a tener mala leche-. Si soy miembro de un tribunal de oposiciones, mi trabajo no es juzgar el aspecto. Y sería poco profesional por tu parte hacerlo.
 -No, si no lo haría -se excusa-. Pero ya no se la mira igual, reconócelo.
Y entonces dejo de discutir. Pienso en Maquiavelo, quien dijo que "pocos ven lo que somos pero todos ven lo que aparentamos", y regreso a casa triste y con cierto pesar.
No es que me importe que mi atípica forma de vestir sea cuestionada, no (de hecho, al día siguiente fui al instituto con pantalón corto arrugado y mi camiseta heavy más vieja bruta). Me importa que pretendamos marcar el camino del prójimo, como si nuestras formas de vida fuesen las ideales y sentaran cátedra. Me importa que sigamos votando a los señoritos que llevan los trajes más caros, porque los demás visten tan mal que seguro que no saben nada de política internacional. Me importa que las personas nos entren primero por el ojo, y que luego no nos preocupemos de saber nada más de ellas, permaneciendo ese prejuicio como único juicio.
Ir bien vestido no va a hacer que los chavales te respeten más en clase. Puede que incluso surta un efecto completamente opuesto, aunque sinceramente creo que todo depende del profesor y su saber hacer. Contaré una anécdota real que me ocurrió hace cuatro años en el centro en el que trabajo.
Estando en una clase más bien delicada, dije alguna chorradita (siento reconocer que de vez en cuando me sale mi lado más payaso) y un alumno de los que nunca están pendientes (vamos, de los que ni llevan boli ni libreta) levantó la mano y me dijo en un tono educado:
 -Profesor, con todos mis respetos, está usted colgado.
Silencio absoluto en la clase. Se mascaba la tragedia.
 -Bien, pues con todos mis respetos te voy a mandar con el jefe de estudios -respondí con la misma cortesía.
 -¿Pero por qué? -me preguntó incrédulo, sorprendido-. ¡Si se lo he dicho con mucha educación!
 -Muy bien, déjame explicarte algo -le repliqué-. Imagínate que no soy tu maestro. Imagínate por un momento que soy un coleguita tuyo de la calle. Ahora te digo: "Oye, con todos mis respetos, pero me cago en tu puñetera madre". ¿Tú qué haces?
 -Te arreo.
 -¿Por qué, si te lo he dicho con respeto?
 El chaval agacha la cabeza y asiente. Se le nota pillado. Está rumiando mis palabras. Las ha entendido. Una disculpa previa no maquilla un contenido desacertado.Yo sigo la clase como si nada. Al minuto, el chiquillo, mal estudiante donde los haya pero noble como él solo, me interrumpe y me dice que si no lo iba a bajar al jefe de estudios. Yo le replico que para mí es suficiente con que haya aprendido lo que ha aprendido. Me da las gracias aunque para mí no es necesario. Se me ha presentado una oportunidad de oro para enseñar y la he aprovechado. Debería haberle dado las gracias yo a él.
Estoy satisfecho. He ganado a un alumno."

Igual hay que dejarse llevar por la corriente y hacer caso al bueno de Miguel de Cervantes: "vístete bien, que un palo compuesto no parece palo".
O igual tengo que seguir siendo como soy. Yo no vendo apariencias. Yo vendo palabras.