domingo, 27 de abril de 2008

Lectura Recomendada: Momo, de Michael Ende


Me encantó este libro cuando lo leí. Me lo dejó mi prima Rafi hace siglos y juro que me costó devolvérselo después de leerlo.
La historia trata de una niña vagabunda que tiene la facultad de saber escuchar a los demás. Esto hace que pronto todos quieran ir a verla para contarle sus problemas. Su mejor amigo se llama Beppo Barrendero, y con él mantiene una conversación que aún a día de hoy tengo grabada:

Beppo Barrendero vivía en una casita que él mismo se había construido con ladrillos, latas de desecho, y cartones. Cuando a Beppo Barrendero le preguntaban algo se limitaba a sonreír amablemente, y no contestaba. Simplemente pensaba. Y, cuando creía que una respuesta era innecesaria, se callaba. Pero, cuando la creía necesaria, la pensaba mucho. A veces tardaba dos horas en contestar, pero otras tardaba todo un día. Mientras tanto, la otra persona había olvidado su propia pregunta, por lo que la respuesta de Beppo le sorprendía casi siempre. Cuando Beppo barría las calles, lo hacía despaciosamente, pero con constancia. Mientras iba barriendo, con la calle sucia ante sí y limpia detrás de sí, se le iban ocurriendo multitud de pensamientos, que luego le explicaba a su amiga Momo: -Ves, Momo –le decía, por ejemplo-, las cosas son así: a veces tienes ante ti una calle larguísima. Te parece terriblemente larga, que nunca crees que podrás acabarla. Miró un rato en silencio a su alrededor; entonces siguió: -Y entonces te empiezas a dar prisa. Cada vez que levantas la vista, ves que la calle no se hace más corta. Y te esfuerzas más todavía, empiezas a tener miedo, al final estás sin aliento. Y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer. Pensó durante un rato. Entonces siguió hablando: -Nunca se ha de pensar en toda la calle de una vez, ¿entiendes? Sólo hay que pensar en el paso siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que el siguiente. Volvió a callar y a reflexionar, antes de añadir: -Entonces es divertido; eso es importante, porque entonces se hace bien la tarea. Y así ha de ser. Después de una nueva y larga interrupción, siguió: -De repente se da uno cuenta de que, paso a paso, se ha barrido toda la calle. Uno no se da cuenta cómo ha sido, y no se está sin aliento. Asintió en silencio y dijo, poniendo punto final: -Eso es importante.

Si queréis descargarlo, he encontrado esto: DESCARGA MOMO
Cuidado con los hombres grises..., me han dicho que andan por ahí, fuman puros y nos roban el tiempo.
Un abrazo a todos!!!!

domingo, 20 de abril de 2008

POR FIN VUELVEEEEEEEEN

Ya adelantaron los Extremoduro que iban a realizar una nueva gira, pero es que acabo de entrar en su página web y amenazan con sacar disco nuevo... ¡y en mayo!
Si vienen a 100 km a la redonda, no me los pierdo. ¿Quién se apunta?



Este Robe no deja de sorprender con sus poemas:
"Para algunos la vida es galopar un camino empedrado de horas, minutos y segundos. Yo, más humilde soy, y sólo quiero que la ola que surge del ultimo suspiro de un segundo me transporte mecido hasta el siguiente."

viernes, 18 de abril de 2008

17 de acertijos


Ya sé que lo siguiente que toca es la resolución de los acertijos 9 al 16 (pronto lo haré, lo prometo), pero es que me ha contado mi amiga y compañera de trabajo Dunia (a quien mando un beso) éste y llevo una semana mordiéndome las uñas para no ponerlo. Al final me vencieron las ganas.

Hace un tiempo un conocido me dijo:
"Anteayer yo tenía 25 años, pero el año que viene cumpliré los 28"
La pregunta es... ¿es esto posible?

Está en juego el dedo meñique. El de la mano, claro, el del pie ya lo tengo.

lunes, 14 de abril de 2008

Relato Completo: El Macabro Juego de Sal Beinit, parte VII y final

Por fin llegamos al final de esta historia, que nos tiene aquí casi una semana mareando la perdiz y sin ejercitar la mente con los estupendísimos acertijos que tengo preparados.

-Cuando usted quiera –me ofreció Micael señalando la campana de cristal.

-Aún no –respondí impaciente. Debía asegurarme de cumplir la segunda de las condiciones para que la suerte no me fuese adversa-. Espero a alguien.

En aquel momento Raquel apareció por la puerta del fondo. Estaba espléndida, vistiendo un elegante traje gris escotado y una pamela que ocultaba su frondosa melena rubia. Me sonrió desde lejos, y yo le devolví la sonrisa. Pronuncié en voz alta la fórmula acordada para consentir la entrada voluntaria y me senté en aquel sillón de cuero, dejando que las ataduras magnéticas se cerrasen sobre mi cintura, manos y pies. Raquel se acercaba ceremoniosamente, mostrando una belleza propia de una diosa, no dejando de sonreírme. En aquel momento en que mi puerta se cerraba herméticamente sentí que la amaba, y mi felicidad empezó a ser total. Tenía tantas ganas de reírme que, por intentar contenerme, no dejaba de proferir pequeños aulliditos nerviosos. Estaba ansioso por ver a mi presa, estaba ansioso por verle morir. Sentí un deseo apremiante de acariciarme, pero me contuve no sin cierta rabia. Miré de nuevo a Raquel, más encendido aún por el deseo. Las ganas de reír eran incontrolables. Ella se detuvo junto a su mesa y leyó la tarjeta con su nombre. Cruzó su mirada con la mía y yo asentí con la cabeza.

Pero entonces hizo algo que me desconcertó. Dejó atrás la mesa, sin dejar de sonreír, con paso firme, dirigiéndose hacia las escaleras del escenario. Sin saber qué ocurría, observé cómo Micael la saludaba con respeto, como el que saluda a un cliente, y decía algo por el micrófono. Ella tomaba el micrófono y también decía algo al público. Maldiciendo la idea de insonorizar aquellas cabinas, empecé a gritar para llamar la atención de Micael, mas éste me miró un tanto atónito y se encogió de hombros antes de dirigir a mi chica hacia la otra cabina. Ella se quitó la pamela dejando al descubierto un pelo rojo recién cortado a cacerola. Fue entonces cuando el embrujo que había ejercido sobre mí se deshizo y pude recordar por qué me había resultado tan familiar su rostro la primera vez que la vi. Se dejó atar, sin perder la compostura, sin dejar de mirarme con una sonrisa pérfida. Yo comencé a entender. Al cerrarse su puerta, ella me dijo algo. No pude oírla pero leí sus labios.

(estás sólo)

(no tienes compañía)

(ahora me recuerdas, ¿verdad?)

Mi erección se había convertido en triste flacidez, y ya no tenía ganas de reír. Micael, ignorando mis gritos, lanzó una moneda al aire, la recogió y señaló hacia mí. Raquel, la chica de gris, sonreía con estudiada perversión en la urna de enfrente. Pensé con agonía en alguna forma de coger el mando que descansaba en mi bolsillo, mientras un hombre mayor de aspecto árabe hacía ejercer su derecho al primer turno, previamente comprado a alto precio, y pulsaba el botón que hacía girar mi ruleta de botes. Cuando ésta se detuvo, un bote desapareció por la ranura que yo mismo había diseñado e inmediatamente un gas fue vaporizado en la diminuta estancia. Confiaba en mi suerte, pero aquel olor a almendras amargas era más fuerte que todo mi aplomo. Todos olían a malditas almendras amargas, joder. Agaché la cabeza con ingenuidad, recordando que el cianuro de hidrógeno es menos denso que el aire y pronto ascendería hacia arriba. Entonces alcé la mirada para ver a Raquel. Ella ya no sonreía. Observaba mi agonía con la solemnidad de un tribunal inquisidor.

Aquel era día de cobro.

FIN
Pues nada, eso es todo lo que el Sr. Amaro ha dado de sí. Como siempre, espero que dejéis una monedita en mi gorra antes de salir del blog.
O dos.
Tened en cuenta que por prestaros a este personaje sumido en las tinieblas me han censurado el blog.
Tinieblas, bonita palabra...
...¿alguien la ha leído alguna vez al revés?

La canción del pirata

Siempre me gustó esta poesía de Espronceda, y al vérsela a mi sobrina no puedo evitar querer compartirla con todos. ¡¡¡Y cantada y todo por Tierra Santa!!!

sábado, 12 de abril de 2008

Relato Completo: El Macabro Juego de Sal Beinit, parte VI

Esto se va acercando a su desenlace final. Sólo voy a adelantar una cosa: no acabará en boda.

Mi recién adquirido hombre de confianza y encargado de organizarlo todo se me acercó por detrás con la deferencia británica que lo caracterizaba.

-Creo que me buscaba, señor Beinit.

-¿Está todo preparado, Micael? Debemos comenzar antes de media hora.

-Todo está listo, señor. ¿Quiere conocer a su contendiente?

-No es necesario, tan sólo recuerda lo que te dije: no quiero nadie patético obligado a punta de pistola, ni un desgraciado muerto de hambre.

-Esté tranquilo, señor. A su rival sólo le mueve la codicia. Ofreciendo toda su fortuna al que consiga derrotarle, debo reconocer que yo mismo estuve tentado a hacerlo.

-No quieras tener tanto. Pronto serás un hombre rico si me sigues sirviendo bien.

-Usted sabe cómo ganarse a la gente, señor Beinit –Micael se acercó y comenzó a susurrarme al oído-, aunque debo decirle que, en pro de esa riqueza que usted me ofrece y de su propia seguridad por la que con tanto ahínco velo, he instalado un dispositivo en su cabina para que su rueda nunca se pare en el gas. Basta pulsar este pequeño artilugio que llevo en el bolsillo...–me enseñó discretamente lo que parecía un mando para coche que yo le retiré de inmediato. Sonreí ante la sinceridad y eficiencia de aquel hombre.

-No hará falta esto –él empezaba a protestar cuando alguien nos comunicó que la gente comenzaba a impacientarse. Le dije a Micael que debía salir a presentar el acto y explicar el funcionamiento del juego y las apuestas para hacer tiempo mientras llegaba Raquel, de quien me extrañó no saber nada. Guardé el mando en el bolsillo del pantalón, pensando que sería mayor la leyenda de mi valor y fortuna si mis propios empleados creían completamente en ella. Tomé la chaqueta que descansaba sobre una de las sillas, y busqué el teléfono en el bolsillo interior con intención de llamar a Raquel, pero vi la notificación de varias llamadas perdidas, todas suyas, y un mensaje de texto en el que me decía que habían surgido problemas pero ya estaba en marcha y llegaría en escasos minutos. Estaba preocupado porque durante la última semana había estado algo enferma y taciturna, y por un instante había temido por su ausencia. Mas al ver el mensaje sonreí. Tenía ganas de reírme como un crío. Me sentía el hombre más dichoso del planeta.

-Los contendientes –escuché decir a Micael por megafonía- darán su consentimiento públicamente para ser atados e introducidos en la urna. Una vez dentro, no podrán rectificar su decisión y cualquier demanda de escape será desoída. Una moneda al aire determinará quién será el primero en poner a prueba su suerte. Dentro de los seis botes se encuentran cinco gases inocuos con un toque de esencia de almendras amargas y un concentrado de gas de cianuro de hidrógeno, cuyo olor también es el de la almendra amarga. Tienen un folleto adherido a las mesas que les explicará las características e historia de este peligroso veneno. Si la suerte es favorable al jugador y el bote vaporizado es inocuo, otro de igual característica sustituirá al primero, de forma que siempre habrá seis frascos.

La idea de que todos los gases oliesen igual fue de mi amada Raquel. De esta forma, el pobre diablo que se enfrentara a mí no sabría si habían liberado el veneno o alguno de los placebos, incrementando así su angustia. Sencillamente perverso e ingenioso, como era ella.

-En cada turno –continuó Micael- se subastará entre los asistentes el derecho a pulsar el botón que detenga la ruleta y decida qué frasco será vaporizado en la urna. Dicha subasta durará no más de quince minutos.

Mi teléfono sonó con la melodía que le tenía asignada Raquel.

-¿Dónde estás? –me apresuré a decir en tono paternal e imperativo-. Deberías haber estado aquí hace más de una hora.

-Acabo de llegar, corazón. Siento el retraso. Hay mucha gente aquí y no sé dónde he de sentarme. No te veo.

Sonreí. Las mujeres sin un hombre, inclusive las más evolucionadas como Raquel, eran tan frágiles como un caracol sin concha.

-Sigo tras el escenario, pero salgo ya. Hay una mesa con tu nombre en primera fila. Dirígete allí enseguida –ordené.

-Voy, pero antes iré al servicio. Me meo desde hace dos horas.

-No tardes –dije antes de colgar y decidirme a salir al escenario.

-Por favor, rogaría que apagasen los teléfonos móviles y cualquier aparato distractor -Micael me miró visiblemente agradecido por mi aparición. Tal vez se estaba quedando sin cosas que contar-. Permítanme presentarles a todos ustedes al señor Sal Beinit -me sorprendió que la gente me aplaudiera como si me tratase de una superestrella, así que respondí a la ovación con una amplia sonrisa y una ligera reverencia. En primera fila, el vacío de la mesa de Raquel no dejaba de provocarme cierta sensación de malestar.

-Cuando usted quiera –me ofreció Micael señalando la campana de cristal.

-Aún no –respondí impaciente. Debía asegurarme de cumplir la segunda de las condiciones para que la suerte no me fuese adversa-. Espero a alguien.

En aquel momento Raquel apareció por la puerta del fondo. Estaba espléndida, vistiendo un elegante traje gris escotado y una pamela que ocultaba su frondosa melena rubia. Me sonrió desde lejos, y yo le devolví la sonrisa. Pronuncié en voz alta la fórmula acordada para consentir la entrada voluntaria y me senté en aquel sillón de cuero, dejando que las ataduras magnéticas se cerrasen sobre mi cintura, manos y pies. Raquel se acercaba ceremoniosamente, mostrando una belleza propia de una diosa, no dejando de sonreírme. En aquel momento en que mi puerta se cerraba herméticamente sentí que la amaba, y mi felicidad empezó a ser total. Tenía tantas ganas de reírme que, por intentar contenerme, no dejaba de proferir pequeños aulliditos nerviosos. Estaba ansioso por ver a mi presa, estaba ansioso por verle morir. Sentí un deseo apremiante de acariciarme, pero me contuve no sin cierta rabia.
.
(continuará..., y acabará en el próximo post)
Ufff, esto está que arde. Al final va a ser verdad que el amigo Beinit va a ser un buenazo y se va a enamorar. Os lo dije, tal vez tenga redención. ¡Ayyy, gente de poca fe!
¿Alguien quiere una almendrita frita?

jueves, 10 de abril de 2008

Relato Completo: El Macabro Juego de Sal Beinit, parte V

7 lectores... doy pena.
Menos mal que cada uno de los 7 tiene 7 mochilas, y en cada mochila hay 7 gatas, y cada gata tiene 7 gatitos. Y que yo tengo buen humor.
Encima, me han censurado el blog por las palabrotas que tiene el relato..., en fin, ahí queda eso:
.
Aquel 6 de junio de 2013 bien podría haber pasado a la historia como el día en que una misma persona había obtenido mayores ganancias mediante juegos de azar y riesgo, pero no fue así gracias a una cuidada estrategia para disimular todos mis pequeños negocios, y sólo se conoció mi hazaña en pequeños círculos sociales que eran de mi interés. De esta forma, me convertí en un nuevo rico, una persona poderosa en el país de quien en pocas horas todas las personalidades con poder habían oído decir. Fue entonces el momento propicio para llevar a cabo un complejo plan elaborado durante infinidad de noches insomnes, mediante el cual cumpliría por fin mi mayor sueño.
No me fue muy difícil encontrar la pauta numérica que seguían los días elegidos, así que, con los preparativos hechos de antemano, anuncié para el siguiente día 15 de junio una fiesta privada a la que asistirían, movidos por la curiosidad, los hombres más poderosos del planeta. En ella prometí una versión actualizada de la ruleta rusa en la que uno de los participantes sería yo mismo.
-Es una locura eso que vas a hacer –Raquel irrumpió en mi habitación en cuanto se enteró-. No tienes necesidad. Podemos hacer que alguno de tus contactos te facilite una presa y luego la haga desaparecer sin dejar rastro. Sabes que es sólo cuestión de dinero. Puedes cumplir tu sueño sin tener que arriesgarte.
-Tranquila, nada malo puede pasarme –le dije. Me recosté sobre la cama sin deshacer y miré el reloj con impaciencia. Aquella noche esperaba que me trajeran a una pareja de niñas de doce años-. Disfrutaré en primera fila y me haré más rico a la misma vez.
-Espero que sepas lo que haces –comentó mientras su rostro cambiaba de la preocupación a la lujuria-. ¿Qué harás con las niñas hoy?
Me endurecí con sólo pensarlo, pero decidí contener mis deseos inmediatos y reservarme para después.
-Si no quieres que el ruido te despierte, ve a otra planta.
.
Aquel lujoso salón subterráneo estaba lleno de importantes celebridades en el mundo de los negocios. Durante más de dos horas estuve recibiendo a magnates, jeques, empresarios y políticos de varios países de quienes nada sabía aparte de las referencias de mis asesores. Gente excéntrica y millonaria donde la hubiera, en la subasta previa llegaron a pagar auténticas fortunas reales por los asientos con mejores vistas de la sala. Sobre el escenario, dos pequeñas urnas de cristal bien iluminadas, una junto a la otra, en cuyo interior se hallaba un sillón con una correa a la altura del vientre y un dispositivo de cristal con seis pequeños frascos aparentemente iguales con seis botones numerados sobre una rueda giratoria. Uno de los frascos contendría gas de cianuro de hidrógeno, una versión moderna del ciclón B que emplearon los nazis en Autchwitz. Logré comprar una pequeña muestra de este gas a precio de oro a un vendedor de armas iraní que afirmaba que el cargamento original se había usado contra los habitantes de la ciudad kurda de Halabja, al noreste de Irak, durante la guerra que enfrentó en los años 80 a Irán e Irak. Se trataba de un producto que desprendía un ligero olor a almendras amargas y cuyos efectos empezaban a notarse a los treinta segundos de inhalarlo. Decidí que el jugador cuya suerte se enfrentaría a la mía debería saber los efectos del gas. Me iba a deleitar al observar cómo la víctima reconocería uno por uno todos los síntomas del veneno: respiración rápida, agitación, mareo, debilidad, dolor de cabeza y fallo respiratorio que llevaría a la muerte en menos de diez minutos. En esencia, mi gas era una joya que evitaba que las células recibieran oxígeno, produciendo en el cuerpo una asfixia a nivel global. Algo sublime.
.
Empieza el juego macabro del Sr. Beinit... ¿quién se apunta? La localidad está bien cara.
Ah, esos síntomas son reales. Que a nadie se le ocurra respirar cianuro de hidrógeno, ¿vale? No querría quedarme con menos lectores aún.

miércoles, 9 de abril de 2008

Relato Completo: El Macabro Juego de Sal Beinit, parte IV

Antes de nada, visitad el Blog de Eli e intentad sus adivinanzas. Yo he acertado 1 de 4. Penoso, ¿verdad? .
Sigo con un sorbito más de esta historia. Alguien anónimo me preguntó que cuántas partes tendría. No lo sé, pero ya hemos pasado de la mitad.

Hoy os presento a Raquel. ¿Quién quiere conocerla?

Los nueve años tardaron mucho en llegar. En aquel entretiempo mi vida dio muchas vueltas. Dejé de trabajar y me dediqué a dilapidar parte de mi pequeña fortuna en excelsos placeres. Sin importar el precio que habría de pagar después, tenía claro que iba a aceptar la suerte que me ofreció aquella extraña pareja de gris. ¿Mi alma, tal vez? Era toda suya, no me interesaba para nada algo tan etéreo. ¿Una parte de las ganancias? Para ellos, pues si todo funcionaba iba a ser tan asquerosamente rico que mi parte del todo seguiría siendo mucho. Mi plan ya estaba puesto en marcha. Era 6 de junio de 2013, un día elegido, llevaba un traje gris de Armani, calzoncillos grises, camisa gris, calcetines y zapatos grises. Había jugado a todo lo concebible, había invertido una millonada en bolsa y llevaba conmigo a la bella Raquel. Nada podía fallar.

-Nunca te había visto con uno de esos trajes grises elegantes que tienes, cariño. Hoy te veo especialmente contento – susurró a mi oído mientras me colocaba bien los hombros.

-Lo estoy. Tengo en vista unos negocios que no pueden fallar –acaricié su mano con cierta ternura-. Hoy no te separes de mí.

Conocí a Raquel tres años atrás. Trabajaba como secretaria en una de las empresas que adquirí a bajo precio y me atrajo en cuanto la vi. No pude dejar de mirar aquellos muslos turgentes, su larga y sedosa cabellera rubia, aquella mirada pérfida escondida tras insinuantes líneas de Rimmel. La deseé enseguida, como a muchas, pero vi algo en ella que la hizo especial. En cuanto me presenté como nuevo jefe, sacó dos carpetas de su cajón, las ojeó un instante y me enseñó varios documentos.

-Señor Beinit, si no realiza una serie de ajustes con carácter inmediato esta empresa nunca levantará el vuelo –me pareció osada y vivaraz. Me hizo gracia.

-¿Cuánta gente hay en plantilla? –pregunté.

-Dieciocho, conmigo –respondió de inmediato.

-¿Y qué tal se lleva con los compañeros?

-Bien, señor. El ambiente en general es bueno.

-Pues la primera medida será despedir a cuatro de ellos. Lo decidirá y efectuará usted misma.

La miré, esperando ver su rostro de horror, mas en cambio hallé una encendida mirada de perverso placer que no supe interpretar hasta la mañana siguiente, cuando los cuatro perjudicados pidieron cita para entrevistarse conmigo. La muy arpía había despedido a aquellos trabajadores con más familia a su cargo. Me encantó su idea, me pareció lo más sensual que había experimentado en los últimos meses. La hice llamar a mi despacho, ella entró sonriendo con inocencia, y entonces la tomé contra la pared sin que ella opusiera la más mínima resistencia. Cuando acabé me senté en el sillón, totalmente extenuado, mirando cómo se recolocaba la falda con la exquisita sensualidad de una diosa del amor.

-Tu cara me resulta familiar –le dije en un intento de romper aquel incómodo silencio.

-Hace años trabajé como modelo –respondió con naturalidad-. Aparecía en catálogos y folletos.

-Sí..., será eso –ella recogió su carpeta del suelo y la colocó sobre mi mesa, sin alzar la mirada. Yo así con fuerza su muñeca, obligándola a mirarme -¿Qué te ha parecido esto que ha pasado?

Deseaba que se echara a llorar. Deseaba que amenazara con denunciarme. Deseaba ver cómo de aquel rostro frío y bello se desprendía aquella máscara de impavidez. En cambio, ella soltó mi presa con suavidad y me miró con una pícara sonrisilla.

-Sinceramente, esperaba más de usted –se limitó a responder con cierto desprecio mientras salía.

Aquello consiguió enfurecerme como no lo había hecho nada en toda mi vida. Nunca una mujer había discutido mi hombría. Pasé varios minutos intentando calmarme, y cuando por fin lo conseguí, decidí que Raquel sería mía, costase lo que costase. Y ella no se resistió a serlo.

Conocerla ha supuesto toda una revolución en mi vida. Ella comparte todos mis pequeños vicios, los entiende, los aprueba, me los facilita. No le importa compartirme con otras, no le importa sufrir vejaciones, ella parece feliz a mi lado. Ora mansa y sumisa, ora una víbora despiadada, se ha convertido para mí en la compañera ideal. No quiero pensar en el amor porque no creo en él, aunque a veces, al verla dormida, he sentido una extraña punzada en el pecho que me ha desconcertado a la vez que asustado.

Pero no puede ser amor porque yo no amo.

(continuará...)
¿Se nos habrá enamorado el amigo Beinit? ¿A quién le empieza a caer un poquito simpático?
Tiatan, mi libro no podrás comprarlo hasta que se reedite a finales de año. Entonces supongo que se encontrará en Casadellibro.com

martes, 8 de abril de 2008

Relato Completo: El Macabro Juego de Sal Beinit, parte III

Una cervecita, un aperitivo, otra cervecita, otro aperitivo.
Aquí va la la tercera parte de... esto.

-Una insignificancia –comentó con desdén-. Nosotros se la ofrecemos toda. Imagínese: mujeres, fortuna ilimitada, sus mayores sueños, sus mayores perversiones, todo hecho realidad –expiró sobre la mesa una espesa bocanada de humo que de repente empezó a tomar formas y siluetas.

-No le creo –en aquel momento una chica explosiva me ofrecía desde el humo sus encantos más ocultos.

-Cómprenos la suerte y creerá.

-¿Y cuál es el precio?

-Pedimos mucho pero no podemos decírselo en este momento.

-No voy a comprar algo cuyo coste desconozco –la chica explosiva había dejado paso a una niña de no más de once años, desnuda en una cama, llorando y suplicando. Me había vuelto a excitar, tanto que no pude evitar tocarme por debajo de la mesa.

-Por supuesto, pero nuestra política de ventas es rigurosa: no se puede hablar del precio. Se cobra y ya está. Nosotros le enseñaremos la técnica para que tome una muestra, sólo una, y usted valorará el producto. Nunca más volverá a verme. Si la utiliza una segunda vez consideraremos que acaba de adquirir el producto, y en algún momento mi compañera aquí presente acudirá a usted para cobrar. Podrá usar la suerte tantas veces como quiera, siempre que cumpla los tres requisitos.

El humo se desvaneció cuando, sin poder controlarme, mi respiración ya empezaba a ser evidentemente agitada.

-Pruebe usted, es gratis –el hombre sonrió dando aspecto de auténtico vendedor. Me llevé la mano a la cara simulando rascarme la nariz, aunque en realidad me encantaba el olor de mi propio cuerpo.

-Está bien. ¿Qué debo hacer? Hábleme de esos tres requisitos.

-Escuche con atención. En primer lugar, necesitará usted vestir completamente de gris: esto le identifica como uno de nosotros. En segundo lugar, usted llevará consigo un talismán, que no será más que una acompañante femenina. Por último, la suerte sólo llega en fechas concretas de las que no podemos contarle demasiado, así que necesitará averiguarlo por sí mismo mediante pequeños cálculos y paciencia. Estos días son conocidos como días elegidos o días de ofrenda. Tenga cuidado porque si en alguno de estos días incumple alguna de las dos primeras condiciones, la suerte se pondrá totalmente en su contra.

-Hábleme de esas fechas –le pedí, un tanto impaciente.

-Por supuesto. Hoy es día 18 de junio de 2004. Tendrá una oportunidad para probar el próximo día 24, y después ya no tendrá más oportunidades hasta el 6 de junio del 2013, dentro de nueve años. Usted realice sus propios cálculos y averigüe la pauta que siguen los días elegidos. Aproveche para probar el producto.

La pareja de gris se incorporó y sin esperar a que les acompañara tomaron la salida. Aunque estuve más de media hora mirando por la ventana, no pude verlos salir del bloque, y me pregunté si no habrían entrado en casa de cualquier otro vecino.

Y entonces comencé a pensar. Sin estar convencido de nada, pensé que poco sería lo que perdería por probar, de modo que me preparé para el día 24. Compré todos los décimos que pude de un mismo número y jugué a la primitiva. Pasé toda la tarde de tiendas, buscando ropa gris. Lo más difícil fue encontrar una chica. Últimamente me había hecho muy popular en la zona, y una injusta fama de putero y maltratador se había visto molestamente extendida. Tras vanos intentos con antiguas amantes, tuve que recurrir a un prostíbulo y pagar una fortuna por llevarme todo el día a la más fea y barata del local. Pero al fin estaba todo preparado, de modo que me senté y esperé.

-¿Te la chupo, morito guapo? –me dijo la puta con una mano ya metida en la bragueta.

-Antes me la corto. Ve al mueble-bar, échate una copa y estate quietecita sin que se te oiga. Si hubiera querido follar no habría traído a una sudaca gorda y asquerosa como tú.

La chica me miró con odio aunque hizo lo que le ordené. Pensé que si no ganaba sería por el mal fario que me había echado, y no tendría más remedio que darle hostias hasta que se le quitaran las ganas de mirar mal a la gente.

Pero gané. Mi cupón salió ganador y además fui el único acertante de la primitiva. No podía creer lo que me estaba sucediendo, aquello no podía ser casualidad. Era millonario gracias a no tenía claro qué pacto con el diablo.

(sus mayores perversiones, todo hecho realidad)

Recordé las palabras del hombre de gris y entonces comencé a gestar un siniestro plan para cumplir mi más oculta fantasía. Podría tener la seguridad de hacerlo y salir impune del acto. La suerte estaría de mi lado. Pero mi macabro plan tendría que esperar nueve años, hasta el próximo día de ofrenda. Mientras tanto, decidí disfrutar de mi nuevo status y, ¿por qué no?, follarme a aquella puta gorda. Por algo me encontraba de un humor excelente.


(continuará...)
Este trozo es algo más grande. Espero acallar así las protestas. Aparte de mí, ¿alguien más odia al Sr. Beinit?

lunes, 7 de abril de 2008

Relato Completo: El Macabro Juego de Sal Beinit, parte II

No doy tregua. Sorbos pequeños pero continuados. Si alguien se incorpora aquí, empieza en la entrada anterior!!!!

-El señor Faisal Beinit, supongo –dijo el hombre.

Me suelen gustar las visitas de vendedores a mi casa cuando no tengo nada que hacer. Me encanta seguirles la corriente, hacerles ver que estoy interesado no en uno sino en más productos. Observar su emoción contenida cuando les auguro buenas ventas, sus persistentes intentos de dejar documentos firmados antes de salir de casa. Entonces, después de tenerlos allí toda la tarde, miro el reloj y me sorprendo de lo tarde que es. Los invito a salir con fingida premura, ellos insisten en que dejemos algo medio cerrado porque se trata de una oferta única. Les digo que acostumbro a leer todo el contrato antes de firmar y carezco de tiempo, que me llamen al día siguiente para concretar otra cita, y ellos se marchan un tanto mosqueados aunque con su mejor sonrisa. Antes del mediodía siguiente ya te han llamado los muy canallas, no sea que te mueras, y es entonces cuando, con supuesta amabilidad, les digo que ya no me interesa y que no vuelvan a molestarme. Todo aquel pequeño ritual me produce un placer exquisito.

-Todos me llaman Sal. ¿Quién me busca? –por un instante pensé que no parecían vendedores porque, aunque se mostraban corteses y educados, no sonreían.

-Tenemos una oferta para usted que no podrá rechazar. Si nos permite pasar...

Les miré a los ojos y me hice a un lado con poca convicción. Seguía pensando que no tenían aspecto de vendedores, aunque hubieran hablado de una oferta. Cuando pasaron por mi lado me recorrió un escalofrío por todo el cuerpo y sentí ganas de llorar. Joder, no había tenido ganas de llorar desde que era un crío.

Recorrieron mi casa como si la conocieran desde siempre. Con paso seguro, se dirigieron al salón y tomaron asiento en el sofá biplaza. Ella, una mujer con el pelo rojo fuego cortado a cacerola que escondía su belleza bajo aquel insulso conjunto gris de corte elegante aunque recatado, cruzó las piernas y se reclinó hacia atrás adoptando una postura cómoda. En cambio, el hombre se sentó en el filo, serio y erguido, y con un gesto osado aunque cortés me invitó a tomar asiento a la vez que me ofrecía un puro.

-Deduzco que fuma usted. Está todo lleno de ceniceros y la casa huele a humo –yo asentí con la cabeza, completamente aturdido sin saber por qué.

-No suelo fumar puros –acabé balbuceando.

-Éste le gustará. Cosecha especial del conocido de un conocido. Me han asegurado que hubo derramamiento de sangre mientras se recolectaban estas hojas. Se puede saborear un ligero gusto salado en el cielo del paladar –el hombre acarició el cigarro mientras esbozaba su primera media sonrisa.

-No sé de qué me habla –repuse mientras daba un bocado a un extremo y encendía por el otro.

-Fume y lo sabrá.

Sentí un placer inconmensurable con la primera calada. Cerré los ojos para percibir mejor aquella exquisita sensación inexplicable que recorría todo mi cuerpo y conseguía que recuperase el dominio sobre mí mismo.

-Veo que es de su agrado –dijo el hombre tras encender el suyo.

-Lo es –repuse extasiado-. Necesito saber dónde los consigue.

-En otro momento. Ese no es el motivo de nuestra visita, señor Beinit.

Desvié mi mirada a la pelirroja, quien me miraba con rostro impertérrito sin proferir palabra. Sentí como empezaba a encenderse en mí la llama del deseo. Deseaba poseerla, deseaba castigarla, deseaba matarla muy despacito. Tuve que dar un par de profundas caladas para salir del trance y volver a la conversación.

-¿Qué tienen ustedes que ofrecerme, pues?

-Le ofrecemos la suerte, señor Beinit –respondió el hombre de gris sin desviar su mirada de la mía.

-¿Qué tipo de suerte? –pregunté algo incrédulo.

-Suerte. Sin más.

-No me hace falta. Tengo toda la suerte que necesito.

-Una insignificancia –comentó con desdén-. Nosotros se la ofrecemos toda. Imagínese: mujeres, fortuna ilimitada, sus mayores sueños, sus mayores perversiones, todo hecho realidad –expiró sobre la mesa una espesa bocanada de humo que de repente empezó a tomar formas y siluetas.

(continuará...) Yo en este momento no querría estar al lado del Sr. Beinit.
Otra cosa... ¿dónde están los chicos?

Relato Completo: El Macabro Juego de Sal Beinit

Sobre vuestros comentarios en el post anterior... ¡que no es de miedo!
Allá va la primera parte. Las preguntas las responderé al final.
.
EL MACABRO JUEGO DE SAL BEINIT
Manuel Amaro Parrado

Hace años tuve un rollete con una chica que se enamoró de mí a las primeras de cambio. Después de un coito breve pero intenso en la cama de sus padres yo intentaba dormir mientras ella me atosigaba con bobadas y sonrisas melosas. Tal vez no debí decirle nunca que la quería. Algunas mujeres no acaban de comprender que existe un sutil velo entre el amor y el deseo, y que los hombres como yo a veces lo descorremos sin querer.
Ella repetía incesantemente que me amaba mientras me besaba la mejilla y la frente. Me estaba poniendo nervioso, por un lado quería dormir y no escucharla, mientras que por otro me daba un poco de asco. Apagada la llama de la pasión, ya no veía en ella siquiera un punto de atractivo.
-No te enamores de mí –le dije, incorporándome a mi pesar. Decidí que, ya que me había despabilado, lo mejor sería vestirme y largarme de allí-. No soy un buen hombre.
-Claro que eres bueno –insistió ella con la mejor de sus sonrisas-. Todos los hombres buenos tienden a decir que no lo son.
Odio las teorías. Y más las teorías sobre hombres. Parece que cada cual tiene una teoría que se ajusta a lo que más le interesa a su estado de ánimo.
-Te equivocas –insistí sin mirarla a la cara-. Apenas me conoces, no tienes argumentos.
-Claro que los tengo –ella me rodeo con sus brazos y se situó a escasos centímetros de mi cara-. Tus ojos te delatan. Los buenos hombres tienen buenos sueños por cumplir.
Otra frase rebuscada de película. Recordé con cierta agonía que el tabaco estaría en la chaqueta, y que ésta se encontraría tirada en algún lugar del salón.
-Mira guapa, ¿sabes cuál es el mayor de mis sueños por cumplir? -habitualmente no suelo contar mis pequeños secretos a la gente, pero en un súbito arranque de sinceridad decidí abrirle los ojos a aquella chica. Ella negó con la cabeza mientras dejaba de sonreír por primera vez en toda la noche, tal vez intimidada por mi tono de voz-. Me gustaría ver morir a una persona. Desde muy cerca. Sentir cómo se le escapa la vida. Mirarla a los ojos mientras muere –Y entonces fui yo el que sonreí-. ¿Crees aún que soy una buena persona?
No volví a verla, y de ahí que llegará a arrepentirme: no es fácil encontrar una tía que, con tal de complacerte, esté dispuesta a hacer de todo en la cama.
Ya no soy tan bobo con las mujeres. Ahora les digo palabras bonitas, las exprimo hasta los huesos y desaparezco de sus vidas sin sutilezas cuando me aburro de ellas. Pero siempre recordaré a aquella chica porque fue quien hizo que mi mayor perversión viese la luz. Hasta entonces se me había pasado por la cabeza la idea de ver morir a alguien, mas nunca me había detenido a saborearla, a sentirla, a planearla. Aquella noche, en el trayecto de su casa a la mía, tuve que meterme dentro de un portal oscuro y masturbarme pensando en unos ojos moribundos que miran mi sonrisa con incredulidad.
Desde entonces, siempre que hago el amor cierro los ojos e imagino que la chica está muriendo, y tengo que hacer verdaderos esfuerzos para no apretar con fuerza su garganta y estrangularla. Odio este maldito país, odio las leyes. No me parece justo que un honrado contribuyente como yo no pueda cumplir sus más profundos deseos, no se pueda realizar como persona, no pueda cometer un pequeño delito sin ser condenado a pasar media vida en prisión. Si estuviese seguro de que nadie lo iba a saber lo haría de inmediato, pero nunca estoy seguro. O al menos no lo estuve hasta el día en que se presentó en mi casa la pareja de gris.
-El señor Faisal Beinit, supongo –dijo el hombre.
.
(continuará...)
Ya habéis visto. Es una pieza el Sr. Beinit

domingo, 6 de abril de 2008

Próximamente: El Macabro Juego de Sal Beinit

Todos tenemos un lado oscuro. Una parte oculta de nosotros que nadie conoce. Una parte que tal vez ni siquiera nosotros nos atrevamos a explorar o reconocer. En esta historia se presenta a un personaje oscuro, posiblemente el más oscuro que he descrito nunca, y es curioso que cuando lo escribí pensé que daría asco.
Como casi siempre, me equivoqué.
A razón de las opiniones de los lectores, Sal Beinit crea dependencia. No son pocos los que me han dicho que la historia se les ha hecho corta, y que podría haber desarrollado un poco los vacíos temporales del relato. Bueno, podría haberlo hecho, pero entonces no habría sido un relato corto sino una novela corta, y no era esa la idea.

Como curiosidad, existe un detalle en la historia que me trajo de cabeza. Necesitaba un veneno capaz de matar de manera casi fulminante, y lo encontré en una versión moderna de un gas empleado por los nazis en los campos de exterminio, llamado Ziklon B. Vamos, que el dichoso veneno es una joyita de diseñó que existió en realidad.

Sin duda alguna no es ésta una historia para el que quiera pasar un rato agradable. Si empezáis a leer, conoceréis a Sal Beinit, un hombre cuyo mayor sueño en la vida es mirar a los ojos a una persona mientras muere, y que sin duda hará todo lo posible por cumplirlo.

viernes, 4 de abril de 2008

De estupideces

A veces pienso...
Esto podría significar que a veces no pienso. Pero claro, si no pienso, no existo, ¿esto quiere decir que existir implica pensar? Pues no, amigos. La necesariedad de una condición no implica la suficiencia.
En fin, como iba diciendo, a veces pienso. (la verdad es que la ida de olla de arriba no sé a cuento de qué iba. Cosas del directo). Y lo curioso es que hoy me ha despertado la imaginación un trozo de peli made in usa con la que he tenido el placer de compartir cena rápida.
En la peli, de estas con polis buenos persiguiendo a tipos malos por las calles de NY, el tipo malo y negro ha tomado un taxi para despistar a los polis, y éstos, ni cortos ni perezosos, han detenido a un pedazo de coche que transitaba con tranquilidad y han bajado al pobre conductor a punta de placa policial y voces.
Y esto es lo que me ha hecho pensar:
Primero: ¿estas cosas pasan realmente en NY, o es que los guionistas son unos capullos sin ideas? Voy a intentar dejar volar mi imaginación y ver qué pasaría por la cabeza del conductor del vehículo en dos situaciones: a) esto pasa en NY b) esto pasa en Andújar (capital de España)
a- NY) -¡Alto, necesitamos su vehículo!
-Pero, pero...
-¡Bájese del coche, somos los US Marshalls!
-Em...
-¡Que se baje, joder! -el poli echa hacia atrás su chaqueta y deja entrever su arma oficial.
-Por supuesto -el pobre hombre, vestido de ejecutivo y cara de pelele, se baja del vehículo.
Mientras mira atónito, el coche arranca con la 3ª marcha metida, derrapando ruedas. A su espalda, varios vehículos le increpan para que se retire de mitad de la carretera, y el hombre lo hace con la cabeza bien alta y la única preocupación de si aquellos honorables agentes de la ley se habrían sacudido los zapatos antes de ensuciar sus alfombrillas nuevas. En algún sitio lejano, tal vez en su cabeza, suenan los ecos del himno de los Estados Unidos.
.
b- Andújartown) -¡Alto, necesitamos su vehículo!
-¿Que necesitais queeeeeeeeeéeeeeee....?
-¡Es una emergencia, bájese enseguida!
-¡Y un pijo en vinagre me voy a bajar yo!
-Caballero...
-Mire usted que le explique yo... -el hombre baja el volumen del cassette de los chichos-. El coche de uno es como su polla, que no la puede tocar otro hombre.
-¡No podemos discutir, caballero! Es urgente que baje usted del coche, su vehículo ha sido confiscado.
-Sí, claro, ¿y quién me garantiza a mí que me lo vais de devolver sin ningún rasguño? ¿y quién me dice que le vais a echar al depósito los mismos litros que consumais? ¡Que no, que no! Que a mí no me la dáis.
-Si es necesario usaremos la fuerza -el policía se toca sutilmente la porra.
-Uyyyy, ¡qué farruco te pones! Mira lo que te digo: como saques la porra te la comes, ¿quién te piensas que soy yo, el Lute? -el policía gira la cabeza, desesperado, buscando otro vehículo, pero por allí no pasan ni las águilas. El conductor lo ve dudar y le da lástima-. Fíjate bien: a lo más te dejo que te subas y conduzco yo.
El policía medita un instante y cede.
-De acuerdo.
-Pero que sepas que voy a poner a cero el cuentakilómetros y la papela no se la pienso pasar al ayuntamiento. Me la paga usted personalmente, que me han dicho que el alcalde paga menos que el Rey de vacaciones. Dame 50 euros a modo de fianza y salimos ya.
-Vale -el hombre, crispado, saca 50 euros de su cartera y se los da-. ¡Pero arranque de una vez!
-Tranquilo, tranquilo usted, que el pobre coche es diesel y es un poco perro. Hay que calentarlo porque si no la batería sufre. ¡Coño, hubiese usted parado un descapotable!
El conductor aprieta un botón del cassette y suenan Los Calis a todo volumen: "más chutes no, no, no, no... ni cucharas impregnadas de herooooooína"

.
En fin...
...prometo dormir más y decir menos estupideces.
;)