lunes, 12 de agosto de 2013

MIRAR AL OMBLIGO AJENO

Como diría la madre de mi querídismo León González, tirando de refranero inventado, está feo criticar el ombligo ajeno cuando el nuestro está lleno de pelusas. 
Sigue siendo este un país cargado de prejuicios y falto de perspectiva analítica. Por mucho que valgas, por mucho que te esfuerces y logres, si vas por ahí con la barba descuidada, la camiseta arrugada y pantalón corto, eres menos que aquel cuyo mayor logro es levantarse media hora antes, planchar su camisa e ir a trabajar como un pincel. Vende el físico. Nos la meten por el físico. 
Me comentaba una compañera hace unos meses que un profesor no debía ir a clase en pantalón corto. Automáticamente yo (milagrosamente la alusión no iba contra mí, yo que voy siempre con camisetas negras de calaveras y zombis) le pregunté por qué y me dijo que no estaba bien, que había que dar ejemplo. Insistí preguntando qué entendía ella por dar ejemplo, y me replicó que ir vestido como Dios (su Dios) mandaba. Aquí entré a saco y critiqué su postura, aportando que un profesor, siempre que fuese limpito y en condiciones, no tenía por qué dar ejemplo en el vestir sino en un sinfín de otras muchas cosas mucho más importantes: ortografía, dicción, maneras, educación, capacidad de trabajo.
Y aquí lo sorprendente. En la conversación intervinieron otros y todos defendían la postura del bien vestir como imprescindible y fundamental. Vamos, que aquello se convirtió en una merienda de negros con un único blanco.
Yo, que no soy muy de dar mi brazo a torcer aunque me encuentre en minoría, seguí argumentando y poniendo ejemplos que ellos intentaban contrarrestar con otros ejemplos, y he aquí cuando me dijeron:
 -Si tú vas a una entrevista de trabajo, ¿te vistes bien o te pones cualquier cosa?
 -Por supuesto, me visto bien, no soy imbécil -respondo-. Pero es un mal ejemplo puesto que no sé qué me voy a encontrar y posiblemente encuentre gente que va a prejuzgar, con lo cual, como quiero el trabajo, me adaptaré a ciertas convenciones.
 -¿Y si eres tribunal de oposiciones y llega una muchacha de estas con rastas y mal vestida? ¿La mirarías igual que a otra que vaya bien?
Aquí toco fondo y se me hincha la vena.
 -Por supuesto -digo, empezando a tener mala leche-. Si soy miembro de un tribunal de oposiciones, mi trabajo no es juzgar el aspecto. Y sería poco profesional por tu parte hacerlo.
 -No, si no lo haría -se excusa-. Pero ya no se la mira igual, reconócelo.
Y entonces dejo de discutir. Pienso en Maquiavelo, quien dijo que "pocos ven lo que somos pero todos ven lo que aparentamos", y regreso a casa triste y con cierto pesar.
No es que me importe que mi atípica forma de vestir sea cuestionada, no (de hecho, al día siguiente fui al instituto con pantalón corto arrugado y mi camiseta heavy más vieja bruta). Me importa que pretendamos marcar el camino del prójimo, como si nuestras formas de vida fuesen las ideales y sentaran cátedra. Me importa que sigamos votando a los señoritos que llevan los trajes más caros, porque los demás visten tan mal que seguro que no saben nada de política internacional. Me importa que las personas nos entren primero por el ojo, y que luego no nos preocupemos de saber nada más de ellas, permaneciendo ese prejuicio como único juicio.
Ir bien vestido no va a hacer que los chavales te respeten más en clase. Puede que incluso surta un efecto completamente opuesto, aunque sinceramente creo que todo depende del profesor y su saber hacer. Contaré una anécdota real que me ocurrió hace cuatro años en el centro en el que trabajo.
Estando en una clase más bien delicada, dije alguna chorradita (siento reconocer que de vez en cuando me sale mi lado más payaso) y un alumno de los que nunca están pendientes (vamos, de los que ni llevan boli ni libreta) levantó la mano y me dijo en un tono educado:
 -Profesor, con todos mis respetos, está usted colgado.
Silencio absoluto en la clase. Se mascaba la tragedia.
 -Bien, pues con todos mis respetos te voy a mandar con el jefe de estudios -respondí con la misma cortesía.
 -¿Pero por qué? -me preguntó incrédulo, sorprendido-. ¡Si se lo he dicho con mucha educación!
 -Muy bien, déjame explicarte algo -le repliqué-. Imagínate que no soy tu maestro. Imagínate por un momento que soy un coleguita tuyo de la calle. Ahora te digo: "Oye, con todos mis respetos, pero me cago en tu puñetera madre". ¿Tú qué haces?
 -Te arreo.
 -¿Por qué, si te lo he dicho con respeto?
 El chaval agacha la cabeza y asiente. Se le nota pillado. Está rumiando mis palabras. Las ha entendido. Una disculpa previa no maquilla un contenido desacertado.Yo sigo la clase como si nada. Al minuto, el chiquillo, mal estudiante donde los haya pero noble como él solo, me interrumpe y me dice que si no lo iba a bajar al jefe de estudios. Yo le replico que para mí es suficiente con que haya aprendido lo que ha aprendido. Me da las gracias aunque para mí no es necesario. Se me ha presentado una oportunidad de oro para enseñar y la he aprovechado. Debería haberle dado las gracias yo a él.
Estoy satisfecho. He ganado a un alumno."

Igual hay que dejarse llevar por la corriente y hacer caso al bueno de Miguel de Cervantes: "vístete bien, que un palo compuesto no parece palo".
O igual tengo que seguir siendo como soy. Yo no vendo apariencias. Yo vendo palabras.

6 comentarios:

Toñi dijo...

Hola Manuel.
Estoy totalmente de acuerdo contigo. Soy madre de uno de tus alumnos del curso pasado y creo que tienes razón; lo que importa no es como vas vestido o el aspecto que tienes sino como eres por dentro y sobre todo que sepas inculcar en tus alumnos lo mejor.
Un saludo.

Manuel Amaro dijo...

Gracias, Toñi. Con chavales como el tuyo los profes lo tenemos relativamente fácil.
A ver cuándo se enteran muchos padres que la educación se les da a los niños en casa, no en la escuela.

Anónimo dijo...

Buenas Sr.Amaro. Imaginemos por un momento a Jueces, Abogados, Médicos, personal de enfermería, camareros, bomberos, guardia civil... etc,etc.todos por supuesto, actuando en esos momentos en sus funciones profesionales, qué impacto produciría en el personal. Cachondo sí sería.
Saludos. J.L.

Manuel Amaro dijo...

A ver, J.L, no confundamos libertad y libertinaje.
Hay profesiones que requieren de un uniforme porque necesitan darse a conocer. Un policia, un guardia civil. Un médico lleva bata por temas de higiene, al igual que un obrero mono, casco y botas de seguridad por protección.
Cuando es necesaria la uniformidad, uno se ajusta a eso. Lo que yo critico aquí es la tendencia de unos a imponer su propia uniformidad.

Anónimo dijo...

Efectívamente el apunte que haces es correcto, pero quería dar a entender que dentro de incluso en algunas de esas profesiones, se puede trabajar particularmente, como médicos. sanitarios, camareros... y muchas más que no vienen al caso.
Una muy curiosa sería los MIEMBROS Y MIEMBRAS del Congreso de los Diputados. Verlos a todos estos últimos, sobre todo a ellas, en bermudas ó lo que se terciara cada uno sería inmenso.
Saludos. J.L.

Manuel Amaro dijo...

Bueno, quizás bermudas sea excesivamente informal, pero yo veo a señoras miembras vestidas con evidente mal gusto y señores miembros que lucen informales.
No seamos extremos. No hablaba de ir a trabajar en chanclas playeras. Estos señores son políticos... tratan con empresarios y otros políticos en pos de obtener beneficios (jajaja, me río) para los ciudadanos a los que representan y, como bien apunto en la entrada, cuando te expones a valoraciones de gentes a las que no conoces, lo inteligente es ir correcto.
Fin de la cita.