Estaba el manuscrito de Fobos entregado, aprobado y revisado cuando se me ocurrió esta historia, que escribí en poco más de tres días. El relato me gustaba tanto que no pude contener las ganas de incluirlo en la edición, así que pedí al editor que lo leyera y, si le gustaba, lo metiera si aún era posible. Por suerte así fue, y de esta forma "El Observador" se convirtió en el relato número 22 del libro.
La historia es simple y a la vez abrumadoramente compleja: un hombre postrado en silla de ruedas que pasa las horas observando el entorno y sus gentes, con tal sentido de la percepción que es capaz de construir las vidas de los demás con sólo observarlos unas pocas veces. En apariencia sencillo. Un personaje más. Un friki.
Lo que ocurre es que en la zona por la que se mueve, nuestro protagonista observa que un anciano es capaz de alimentarse con la fuerza de los demás con tan sólo un cruce de miradas.
Ya deja de ser sencillo.
Estos dos protagonistas anónimos conocen cada cual la existencia del otro, y aunque una ley ancestral les prohíbe entrometerse, uno de ellos romperá dicha norma y se rebelará contra su propia naturaleza.
A pesar de que el relato queda perfectamente cerrado, muchas cuestiones quedan en el aire, o al menos a mí siempre me pareció así.
Las respuestas están en Olimpia.
¿Que sigo sin hablar de Olimpia?
...
Vaaaale, sólo un poco: al terminar este relato empecé a imaginar el mundo al cual debían pertenecer dichos personajes, y decidí que una versión en tercera persona de El Observador sería el capítulo inicial de mi nueva criatura.
Tras mucho documentarme (aunque parezca mentira, jajaja) y dos años después, la cosa está calentita. Lo que iba a ser un pequeño libro de apenas 200 páginas se ha convertido en un tochazo de casi 500.
Sólo puedo decir una cosa: estoy disfrutando como un cochino en el barro.
A propósito... ¿qué me decís de la ilustración de Miguel Ángel?