De hecho, no estoy siquiera seguro de si recordaba exactamente qué era una leyenda cuando escribí este relato.
De manera bastante instintiva, desarrollé esta historia con tintes románticos en un entorno bárbaro, antiguo e irreal para poder justificar lo que después habría de ocurrir, y el resultado fue este bonito cuento que narra la forma en la que Rasten, un joven guerrero arrastrado hacia una guerra fronteriza, se convierte en un héroe gracias a su sensibilidad y a su capacidad de leer las rutas sin más que observar las estrellas.
No dejéis de observar la maravillosa ilustración de Miguel Ángel Cáceres.
El conocimiento como fuente de poder, y el poder como maldición que arrastra al que no es capaz de cargarlo.
Y como para muestras, lo mejor un botón, aquí pongo los dientes largos con el comienzo:
Oscuros y remotos eran aquellos tiempos en que los hombres disputaban por la posesión de las tierras y la sangre se derramaba sobre los cutlivos calcinados formando granates charcos de odio. Hordas de guerreros salvajes invadían desde el sur nuestros territorios, siglos atrás apacibles nidos de vida y ahora desoladas extensiones de fuego y amargura. Había pasado tanto tiempo desde el comienzo de las batallas que ya no había ancianos que recordasen el principio de éstas, y ahora sólo nos quedaban las viejas crónicas legadas por nuestros antepasados. Mi pueblo, reacio a seguir el ejemplo de otros y huir a nuevas tierras lejanas, consiguió reunir un ejército organizado que, ayudado por una geografía privilegiada, luchaba para impedir que el mal se extendiese por la tierra y salvaguardar la integridad de nuestra gente. De esta forma, los varones eran educados desde muy pequeños en el arte de la guerra y, mientras las mujeres y los niños trabajaban las tierras y cuidaban los ganados, nosotros, los que aún permanecíamos en pie y luchábamos, vigilábamos las fronteras y perseguíamos a los ladrones y los espías del enemigo.
Nunca tuvimos contacto con líderes ni representantes de las tribus enemigas. Cualquier intento por nuestra parte de llegar hasta ellos y dialogar había acabado en muerte, de modo que comprendimos que ellos no compartirían las tierras y nunca cejarían en su intento por apoderarse de nuestros fértiles valles. Así, sufríamos sus cíclicos ataques cada vez que comenzaba el buen tiempo mientras que la paz reinaba en nuestra colonia merced a los rigores del invierno.
Fue en aquella fugaz etapa de tranquilidad cuando mi primo Rasten, poco vigoroso aunque de una belleza propia de un dios esculpido, conoció a la joven Alisa. Rasten había sido instruido en las artes nobles de la lectura y escritura y eso le hacía ser algo descuidado con su entrenamiento bélico. Solía decirme que a los hombres se nos había concedido la inteligencia para usarla y cultivarla, no sólo para saber cuándo había que golpear y cuándo correr. Yo no alcanzaba a comprender qué ventajas prácticas se derivarían de pasar gran parte del día sentado junto al tronco del gran árbol, leyendo viejos libros llenos de letras que se unían formando palabras, pero podía observar que, día a día, su mirar se volvía más penetrante y su conversación más absorbente. A veces, cuando le tocaba hacer la guardia nocturna, se distraía mirando al cielo, observando los miles de dibujos que en él formaban las estrellas.
He estado un poco ausente, y puede que siga estándolo unos días.
Tenedme paciencia, que tengo un millón de cosas entre manos.
Abrazos a todos!!!!