Siempre he tenido la manía de hacer cuentas, casi hasta cuando duermo. Cuando tenía ocho o diez años y aún vendían chicles de peseta, existía en la tienda de chucherías un artículo de casi lujo que no siempre me podía permitir y me encantaba: la bolsa de fritos. Estaban buenísimos y no se derretían en la boca como los gusanitos, mucho más económicos y voluminosos.
Con un alarde de fuerza de voluntad infantil, a veces ahorraba durante una semana y gastaba cinco duros en una rica bolsa de fritos, cuyas tiras de maíz chupaba y rechupaba y cuya envuelta casi me sabía de memoria de tanto leerla.
Y entonces, un día, compré una bolsa y me bastó echarle un vistazo para mosquearme. Costaba cinco duros, pero la bolsa era diferente, ligeramente más pequeña. En efecto, al analizar el gramaje y recordar lo que tantas veces había leído, comprobé que la bolsa que tenía en la mano pesaba algunos gramos menos que la que solía comprar. A su vez, habían comercializado un nuevo formato de bolsa doble de grande que la anterior, pero que costaba tres veces más. Frustrado, impotente y sin que ninguno de los amigos a los que se lo contaba me hiciera caso, terminé por rendirme a aquella estrategia de marketing, y seguí comprando la bolsa de fritos pequeña (y en ocasiones, para feria, me daba un homenaje con la grande).
Pero pasaron los meses, y la bolsa grande menguó, y la pequeña lo hizo aún más. Y meses más tarde, volvió a ocurrir, y la bolsa grande costaba quince duros y pesaba lo que un par de años antes había pesado la bolsa con la que me había enganchado a los fritos.
Y, joder, ¡nadie a mi alrededor parecía darse cuenta!
Total, que me hice mayor y dejé de comprar fritos, pero me acordé de aquello.
Ahora, en Madrid y Castilla-la Mancha (por el momento) han empleado la técnica de la bolsa de fritos con los docentes. Primero te bajo el sueldo, luego te aumento las horas lectivas y te subo el sueldo un poco: en total, casi el mismo sueldo pero más horas de trabajo. Lo próximo será volver a ajustar el sueldo, y el círculo quedará cerrado.
Lo bueno es que, a diferencia de con un crío de diez años, esta técnica no pasa desapercibida con los profesores adultos, que ven cómo por enésima vez son apaleados por ineptos que nada saben de enseñanza. Basta entrar en un foro de opinión y leer. La gente opina que 18 horas lectivas es ridículo en comparación con el resto de trabajadores españoles. Los maestros incluso opinan que ellos trabajan 25 horas lectivas semanales.
Siempre hay una diferencia notable entre lo que se muestra cara al público -sobre todo por parte de este gobiernucho orwelliano- y lo que se es en realidad. En este caso, las supuestas 18 horas lectivas aumentan notablemente si contamos guardias (obligadas), claustros (obligados), reuniones de departamento (obligadas), reuniones con padres (obligadas), tutorías con alumnos (obligadas), consejos escolares (obligados), equipos educativos (obligados), formación continua (obligada), actividades extraescolares (no obligadas, pero se hacen), corrección de exámenes, preparación de material, gestión de faltas, envío de cartas a los padres y otras burocracias imposibles, participación en planes y proyectos y otros muchos etcéteras que todos los profesionales realizan. Con todo esto, es raro el docente que no supere las cuarenta horas semanales, como mínimo. Me contaba un primo mío, también profesor, que en cierta ocasión se había molestado en anotar en una agenda todas las horas y minutos que dedicaba a la profesión, y la suma mensual había resultado tan escandalosa que se dijo a sí mismo que tenía que reducirse el tiempo que empleaba a esto y dedicar más a su familia.
Que a nadie le den gato por liebre. O al menos, que lo den pero que todos sepamos que nos dan liebre. Siguen vendiendo humo y desprestigiando la imagen del profesor de cara a la opinión pública. Siguen haciéndoles creer (¡menuda
carta ha enviado la Aguirre a los docentes de Madrid!) que el esfuerzo es por el bien común y no sé qué más panfletismo de crisis, pero sigue habiendo muchas lagunas políticas, mucho gasto inútil en proyectos que han pretendido que nos parezcamos a una Europa que ya me gustaría a mí ver, y sobre todo, muchos planes educativos que no han hecho nada más que demostrar que tanto socialistas como populares han sido los causantes de todo lo malo que tiene en este momento la educación en este país. Ahora, al igual que siempre, a los políticos les toca echar balones fuera: es el primer mandamiento para ser alguien en los dos partidos mayoritarios de España.
Y lo hacen genial.
Mientras tanto, los perjudicados son los niños, como siempre, algo que me envenena muchísimo la sangre.
Puede que sea el momento de buscar alternativas a todo esto. Por ahora, aprovecharé para escribir y patalear antes de que alguna reforma en nuestra Constitución me lo prohíba, algo que tal vez no tarde en suceder.