No es nuevo ni sorprendente que diga que los sistemas de entrada, baremación y colocación en la función pública no están bien diseñados. Por otro lado, que algo esté sólo regularmente diseñado no implica que haya que quemarlo. Simplemente, a veces no se aplica el más mínimo sentido común a las cosas, y así nos va.
Recuerdo, cuando era estudiante, dos situaciones que me ponían de especial mala leche, ambas relacionadas con becas.
La primera era sobre los créditos. En todas las carreras no técnicas había que aprobar un 80% de los créditos (mínimo) para optar a ellas. Yo veía cómo algunos conocidos recibían sus becas sin apenas despeinarse, haciendo cuatro trabajitos porque sus carreras eran facilitas mientras que yo me tenía que matar a cálculos previos y descuernes posteriores para limar ese porcentaje. Me parecía increíble que no se atendiera a la dificultad de la carrera.
La segunda era por los tramos económicos. Un año, mi madre trabajó unos meses y al ajustar cuentas para solicitar beca me encontré con la sorpresa de que en casa habíamos declarado X + 150 pesetas, donde X representaba el límite máximo para acceder a la beca. ¡Nos pasamos 150 pesetas! Por ganar honestamente 150 pesetas de más perdí una beca de 300.000 pelas. Me tiré de los pelos y me pregunté por qué no lo harían de forma escalonada. Era absurdo... casi tanto como decir que un alumno con un 4.9 merece repetir curso mientras que uno con un 5.1 tiene que pasar. ¿Acaso hay diferencia en cuanto a conocimientos de uno y otro?
Ahora observo las listas de interinos para ocupar plazas en colegios e institutos y no puedo dejar de mirar a la parte alta, siempre repleta de peones que han llegado a reina, profesores con más de 20 años trabajando, que han pasado por una decena de oposiciones y que, muchos de ellos, prefieren no aprobarlas o no tienen ni han tenido nunca la capacidad de hacerlo. Se sienten cómodos en su sitio porque, aunque no son definitivos ni fijos, son los primeros en elegir destino interino, y normalmente suelen caer muy cerca de sus casas, tan cerca que casi siempre están en su primera opción elegida mientras que muchos funcionarios de carrera malviven dando tumbos de destino en destino, alejados de sus familias e incapaces de ver la luz al final de un largo túnel.
Disponen, como ya he dicho, de unos privilegios que muchos de sus homólogos funcionarios no tienen. Unos privilegios que podrían ser eliminados si la Administración fuese lo suficientemente previsora en sus cálculos primero, y suficientemente ágil en las adjudicaciones después. Bastaría con sacar a tiempo todos los puestos de trabajo y permitir que funcionarios con destino puedan elegir provisionalmente esos puestos. De esta manera no habría funcionarios de Jaén que trabajan en Cádiz mientras que interinos de Jaén pescan plazas en el mismo Jaén.
También son privilegiados respecto a sus propios compañeros interinos. Oposición tras oposición, muchos se parten los cuernos para intentar aprobar mientras que ellos se rascan la barriga, sabedores de que una vez dentro de la lista de interinos, sólo computa el tiempo de servicio. Son intocables. Nadie los puede adelantar.
En este punto, propondría un sistema de penalización/incentivo que hiciera que la nota de cada oposición repercutiera en cierto modo en el cómputo global. Algo así (dicho en bruto) como que cada año de tiempo de servicio valga 1 punto, y cada punto en una oposición valga 0'05 puntos. De esta manera los buenos opositores que se quedan sin plaza tendrían el aliciente de competir por una buena nota que podría suponerles ir escalando sensiblemente en la lista, mientras que los malos opositores verían cómo poco a poco sus tronos dorados peligran. Un mal año, o una mala oposición apenas tendría efecto, y caso de tenerlo podría ser compensable en futuras ediciones.
Los problemas no son difíciles de resolver. Lo realmente complicado es ponerse en disposición de resolverlos.
Y no hay disposición.