Ocurre en Australia.
A una señorita funcionaria que realizaba un viaje oficial se le ocurrió echar una canita al aire en el hotel, teniendo la mala suerte de que con tanto tracatá se le cayó un espejo encima, haciéndole polvo los piños, la nariz y dejándole la cara como a la Belén Esteban.
Mala suerte, diría yo.
Dios me ha oído y es justo, diría el ocupante de la habitación contigua.
La chica en cuestión, a la que el golpe ha debido afectar a algo más que lo meramente físico, ha tenido la brillante idea de denunciar...
...¿al hotel? No, ¿para qué? ¿Qué culpa tiene el pobre hotel de que sus alcayatas no estén bien asidas a la pared?
...¿al maromo-boy que se estaba cisquilando? No, hombre, no. El pobre hombre tuvo bastante castigo con su coitus interruptus. Amigo, empujas tan bien que eres capaz de derribar cuadros y espejos. Si hubieras nacido en España serías un héroe nacional y estarías haciendo bolos sin parar en todos los platós de telecinco.
¡Ha denunciado al Estado! (Risas)(¡qué dos huevos tiene la tía!). Alega que se encontraba en viaje oficial, y por ello reclama daños y perjuicios. El fiscal del caso dice que la petición no tiene sentido porque este tipo de viajes cubre comida, pernocta e higiene personal, pero que el sexo no entra dentro de las necesidades básicas.
¿Cómo acabará todo esto?
Se aceptan apuestas.
Yo sólo me pregunto... ¿hubiera pedido los costes del aborto si se hubiera quedado preñada?