lunes, 24 de septiembre de 2012

AL FUNCIONARIO INTERINO

Resulta duro invertir toda una vida en formarte y que cuando termines de hacerlo descubras que necesitas más formación para resultar competitivo. Orientas todos tus esfuerzos en conseguir una meta, realizas por fin tu primera oposición y descubres que, tras aprobar con un notable alto, otros se han llevado las plazas porque la legislación hacía imposible que tú accedieras. Te conformas con el premio de consolación y empiezas a trabajar realizando sustituciones en lugares lejanos e inverosímiles. Poco a poco, tu situación mejora, y tras dos o tres años deambulando consigues una vacante para todo un año, aunque está a 500 km de tu casa. Alguien de tu especialidad es natural de tu localidad de trabajo y trabaja en tu localidad natal. Intentas hacerlo ver, pues un cambio os resolvería la vida a ambos, pero nadie escucha, la ley está por encima de las personas, aunque la ley la dicten las personas. En dos o tres años más logras acercarte a tu hogar, decides que tienes 33 años y que es hora de formar una familia. Tienes tu primer hijo, y al año siguiente el segundo. Cada vez es más difícil estudiar una oposición, pero lo intentas y lo consigues. Te levantas para ir a trabajar, viajas 60 km, vuelves, llevas a los niños al parque, les preparas la cena, los acuestas, corriges exámenes y cuando apenas te quedan fuerzas, te metes en un cuartillo alejado de la casa para estudiar. Alguien te dice que no habrá oposiciones, que desde arriba prefieren recortar en Educación antes que en ladrones. Te encoges de hombros y sigues peleando por la vida, pensando que ya llegará tu momento, que tanto esfuerzo no puede ser en balde. Entonces la cosa empeora aún más y nuevos recortes te dejan en el paro. Con un poco de suerte, logras que te llamen para volver a realizar sustituciones. Coges la maleta, te despides de tu familia, y alquilas un piso que está en un lugar situado a 400 km de tu hogar. Al año siguiente, los 400 km son 500, y tus hijos crecen y tú no estás ahí para verlo. Por primera vez desde que empezaste a estudiar, te planteas el camino elegido, te preguntas si todo el esfuerzo realizado ha valido la pena. Tus opciones en el mundo laboral son escasas, pues toda tu formación ha ido siempre orientada al puesto de trabajo que desempleas. Eres muy bueno en lo tuyo, y posiblemente uno cualquiera en todo lo demás. 
Te sientes atrapado.
Aprietas los dientes, lloras, y sueñas con que pronto puedas acceder a una situación más cómoda, o con que al menos los que dictan las leyes se despierten un día iluminados y comprendan que detrás de todo interino hay una persona.

1 comentario:

los lunes dijo...

Buena entrada. Hay poco que añadir.