Esta semana he recibido con pesar la noticia del fallecimiento de D. Carlos Benítez, gran persona y gran profesor que no solo me enseñó Análisis Matemático en primero de carrera sino que me hizo cómplice de una peculiar filosofía que iba más allá de lo estrictamente numérico y algebraico. Recuerdo que un día acudí a su despacho con un problema con el que llevaba una semana peleándome, y después de escuchar mis razonamientos y mis hipótesis sonrió y me dijo:
-Gracias a este problema dominas este, este y este teorema, además de otros tantos que ni siquiera hemos visto en clase y te has mirado por tu cuenta. Un problema que no sale nos enseña cosas nuevas, y deja de enseñarnos justo en el momento en el que logramos resolverlo.
Y dicho esto volvió a sus locos apuntes, y me dejó un tanto mosqueado porque no había resuelto mis dudas ni parecía con intención de hacerlo.
De mis buenos profesores he aprendido que el sentido del humor no está reñido con la docencia, que un chascarrillo o un chiste de vez en cuando puede captar más la atención que un sermón. De mi queridísimo y también fallecido Don Gabriel Escribano aprendí que los alumnos también enseñan, y que la relación profesor-alumno no debía ser unidireccional. El gran J.A. Navarro me enseñó a trabajar día a día, y a que ser competente conlleva ineludiblemente a ser admirado. Y la admiración trae consigo motivación. Las excentricidades puntuales de J.A.Oyola, quien a la postre se convirtió en un buen amigo, me enseñaron que el profesor podía ser alguien cercano sin renunciar a lo estrictamente académico.
Mis buenas señoritas Sita y Lili me inculcaron la pasión por la literatura, la escritura y la música.
A todos ellos les debo mucho de lo que ahora soy. A ellos, y al sentido crítico que siempre me ha llevado a analizar los comportamientos inadecuados de los muchos profesores nefastos que también he tenido. Maestros que no permitían preguntar dudas, maestros soberbios que se burlaban de tus bloqueos o ignorancia, maestros que se han negado a atenderte, que no han considerado circunstancias personales. Maestros que han ido a trabajar pensando más en el sueldo a final de mes que en el legado que van a dejar. De todos ellos he aprendido.
De unos, aprendí cómo quería ser. De los otros, los vicios que no debía adquirir.
A todos mis buenos profesores, gracias. Me enseñásteis a matar dragones, y os garantizo que vuestro legado será extendido al menos durante una generación más.
4 comentarios:
Me has emocionado Manolo, y además pienso exactamente como tú. Adoro mi profesión y seguiré enseñando a cazar dragones a todo el que se deje, pero a cazarlos bien, y a usar sus cabecitas, que muchos se centran en dar la programación sin fijarse más allá. Un besazo!
Lourdes
Supongo que es cuestión de cambiar unos nombres por otros. Todos hemos tenido profes inspiradores. Por como eras, Lourdes, ya apuntabas a ser una gran docente.
Un abrazo.
Lindo tu post.
Yo tuve profesores que no olvidaré y otros que más me vale olvidar. Siempre hay de todo.
Saludos desde Chile
Maru
Muchos abrazos, Eugenia.
Publicar un comentario