A pesar de que llevo en esto de escribir casi veinte años, hace sólo 7 años que publiqué mi primer libro. Desde entonces ha llovido mucho, he publicado tres libros, he colaborado en otras publicaciones, estoy empezando a hacer mis pinitos en el mundo del cómic (guión, por supuesto. Garabateando soy un desastre), y tengo dos nuevos libros que espero que vean la luz en un año o menos.
Han sido siete años muy intensos en los que he aprendido y mejorado mucho, pese a lo cual sigo estando el mismo lugar del que partí. Encontrar una editorial que te publique es una misión casi imposible, y el boca a boca funciona de forma tan lenta que cuando alguien se lee un libro mío, le gusta, y me recomienda, los ecos de anteriores recomendaciones ya se han difuminado entre las zarpas del tiempo.
Pese a todo, hay días en los que por narices te acuestas con una sonrisa, como ayer. Y esos días te dices que todo vale la pena.
Sonó mi teléfono y observé que era un número que no tenía registrado. Atendí la llamada y resultó que era un viejo conocido de mi ciudad que en algún momento debió conseguir un ejemplar de mi irreverente "León González, santo". Me dijo que le había encantado, que lo había prestado a un amigo porque consideraba que necesitaba una alegría, que éste lo había llevado consigo a Chile, y que allí el libro había pasado por varias manos, sacando siempre sonrisas.
Reflexión 1: la gente sonríe con mis tonterías, y yo ajeno a todo.
El amigo de mi amigo se encontraba en mi ciudad, y había buscado el libro para llevarse varios ejemplares y regalarlos, pero no lo encontraba. Y por eso la llamada. Se preguntaba si yo tenía ejemplares, y en tal caso si le podía dar mi teléfono para quedar.
Un par de horas después me vi cerca de mi casa con el hombre en cuestión, y después de charlar durante unos minutos, se iba tan feliz con sus dos ejemplares dedicados de León, uno para él mismo.
Reflexión 2: cuando alguien se toma tantas molestias por conseguir un libro, algo funciona.
Reflexión 3: Es la primera vez en estos siete años que tengo constancia de alguien que, habiéndose leído un libro mío que le han prestado, ha querido tener ese libro en propiedad.
Reflexión 4, continuando con la reflexión 3: ¿Cuántas cosas, cuántas conversaciones, cuántos pensamientos no giraran en torno a textos que yo haya escrito, sin yo saberlo jamás?
Total, que mi ego de autor anda disparado. Y no creáis que esto es malo, para nada. Los que escribimos necesitamos ese ego. Es lo que nos alimenta, lo que nos impulsa a hacer las cosas bien hechas.
Yo me llevé una alegría sabiendo que mi pobre León sigue aún con vida. Otros se la llevaron cuando les dije que venían de camino nuevas desventuras de mi personaje más absurdamente cabal.
Pequeñas alegrías que hacen que el mundo luzca.
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