
LEYES QUE SE TORNAN HUMO
Los fumadores pasivos somos gilipollas. Si eres fumador pasivo, no intentes defenderte de esta afirmación porque está fundamentada de manera casi irrefutable. Intentaré convencerte de ello o, al menos, intentaré darte a entender qué es lo que me ha llevado a pensar de esta forma. Todo surge con una ley antitabaco tan absurda en su ejecución que no hace sino crear malestar entre todos los colectivos. Resulta que la idea de partida -no fumar en ciertos lugares para proteger el derecho de los no fumadores- no está mal. Ahora vienen los matices. Si el lugar de la prohibición es una empresa, muy bien, todo correcto, no hay humo en la sala común, pero te fumas seis cigarros mientras meas a no ser que la meada sea corta y aguantes sin respirar. En caso de bares, si tiene menos de tantos metros, el propietario decide, o sea, que se fuma. Dicho de otra forma, si el bar es pequeño que se jodan los no fumadores como siempre lo han hecho. Ahora bien, si el local es grande se han de habilitar salas especiales. Muy bien, pero, ¿quién es el encargado de controlar a los que fuman en la zona de no fumadores? Las posibles respuestas son:
a) Los no fumadores debemos señalar con dedo acusador a nuestro compañero de mesa, que resulta que en este caso es nuestro jefe.
b) Los dueños son los que deben amonestar a los infractores, a costa de perder clientela.
c) La policía, si da la casualidad que entra en ese momento a tomarse un café (menos casual es que entre en los aseos de un edificio de empresas).
d) Ninguno de los anteriores, porque los unos delegan en los otros.
Lo cierto es que esto se está convirtiendo en un cachondeo para todos. Para no ir más lejos, basta ir un fin de semana a la discoteca de moda en Andújar, la cual se jacta de ser un espacio sin humo con una gran zona separada para fumadores, acorde con la ley. Lleno de prohibitivos carteles por doquiera que mires, cual no sería mi decepción al advertir que la gente fumaba de forma indiscriminada. En primer lugar, tirón de orejas a los que fuman, porque parece que nunca van a comprender lo molesto que nos resulta el humo a los que no lo hacemos. En segunda lugar, tirón de orejas a los seguratas, que velan por el bienestar de todos los presentes mientras echan un cigarrito con la animosidad del que está ganando duramente el pan de sus hijos. Claro está, le preguntas a un conocido que si sabe que está fumando en zona de no fumadores y te responde con una sonrisilla y un “todo el mundo fuma, y además el guarda está mirando y no dice nada”. Tal vez deberíamos plantearnos los que no fumamos el eructarles a ellos a la cara. Seguro que no les haría gracia, pero, ¿nos reñiría el guarda?
Con todo esto, dos cosas están claras: la primera es que al establecimiento le han impuesto una norma, en principio perjudicial para sus intereses, luego no va a colaborar de forma voluntaria. La segunda es que los ciudadanos, tal vez asustados por las consecuencias burocráticas que se desprenden de toda denuncia, nos regimos por un código de silencio y nos cuesta acusarnos los unos a los otros. Porque, ¿quién de nosotros denuncia al que tira la basura por la mañana, o al que nos pasa a 140 por la autovía? Luego sólo nos quedan las autoridades, nuestros eternos salvadores, los mismos que siempre han preferido quitar las pelotas a los niños que juegan en los jardines a molestar a los yonquis que calientan la heroína a vista de todos en los parques. Señores de la autoridad, ¿sólo yo me doy cuenta de que se están cometiendo miles de delitos diarios en nuestras localidades? ¿O es que ustedes también fuman?
En cuanto a la actitud que hemos de tomar los no fumadores, la de siempre. Si nos callamos, somos gilipollas porque nos están privando de nuestro derecho a respirar aire libre. Y si piamos, los que están a nuestro alrededor (que encima son nuestros amigos, jefes o hermanos) nos tachan de coñazos, molestos y gilipollas. En serio, lo mires por donde lo mires, somos gilipollas, es irrefutable.