Se aprende mucho cuando se está enfermo. A uno le diagnostican cualquier cosa, y en unos meses se hace un experto en la materia.
Siempre me ha parecido curioso que nuestra personalidad y nuestro comportamiento estén sujetos a la existencia de ciertas sustancias químicas en nuestro cuerpo. El amor no es más que una acumulación de adrenalina, dopamina y norepinefrina en el cuerpo.
¿Qué pasaría si estas sustancias pudieran ser modificadas de forma consciente?
El protagonista de "un cabo suelto" puede, aunque necesita del roce con los demás para conseguirlo. Se trata de un hombre que intercambia sus niveles químicos, sus excedentes no deseados, con incautos que se cruzan en su camino. De esta manera nunca siente ansiedad, ni cansancio, ni rabia. Nunca envejece, y por ello se cree el mismo Dios.
Os dejo un fragmento:
No me supone
ningún problema moral robar pequeños bocados de tiempo y salud a toda esta
granja de humanos que deambulan por todas partes. Yo vivo para siempre mientras
ellos continúan sus miserables y efímeras vidas, esperando a morir víctimas de
un colapso, rezando para que la suerte les permita vivir lo suficiente como
para ver que sus cuerpos se degradan y se convierten en inútiles carcasas que
apenas pueden soportar el peso de sus pecados.
Los detesto, y
a la vez los necesito.
No es mi culpa
sentir esta aversión por los que ni siquiera son mis iguales. Vivo de ellos,
soy inmortal gracias a ellos, y por eso mismo existe una abismal barrera que
poco a poco he comprendido y aceptado.
En este cuarto relato, nuestro protagonista sin nombre se dispone a atar el único cabo suelto en su vida. Se dispone a liberarse para siempre de las ataduras con el género humano para conseguir por fin ser un dios verdadero.
¿Cuál es ese cabo suelto?
Su padre. La única persona que conoce su secreto.
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